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Mucho que ver y disfrutar en Ciudad Real y en Granátula

¿Sabías que la provincia de Ciudad Real es la única provincia de España con dos Parques Nacionales (Cabañeros y Tablas de Daimiel) y dos Parques Naturales (Lagunas de Ruidera y Valle de Alcudia-Sierra Madrona) en su territorio?

¿Sabías que es la única provincia de la Península donde se puede visitar un volcán (Cerro Gordo, en Granátula de Calatrava)?

Y Granátula es mucho más: volcanes, está dentro de un Maar Volcánico; Edad de Bronce en las excavaciones de La Encantada; Leyenda en La Cueva de la Encantada; Ibero – Visigoda – Romana – Árabe en las excavaciones de Oreto, oretum Germanorum con puente Romano de Pueblio Baebio; es fauna en el  valle del Jabalón con la zona encharcada por el pantano; Fumarola Volcánica que aún sigue expulsando azufre en el camino viejo de Valenzuela; Gigantes de aspas, con los ratos del molino de viento; Mariana con la Imagen visigoda de Oreto y Zuqueca, la más antigua de la provincia; es Tacones Lejanos con el zapato de Pedro Almodóvar; tradición en la Semana Santa con el Huerto de los Olivos y El Prendimiento: “a quién buscáis gente vil, a Jesus de Nazaret, pues aquí lo tenéis”; tantas cosas que no puedes perderte en Ciudad Real.

¿Sabías que posee el complejo minero de mercurio más grande del mundo (Almadén) y que además es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO?

¿Sabías que es la provincia donde se encuentra la plaza de toros cuadrada más antigua del mundo (Las Virtudes, en Santa Cruz de Mudela)?

¿Sabías que es el único lugar del mundo que alberga un Corral de Comedias que permanece activo tal y como era hace 400 años (Almagro)?

Además de todo esto, tienes que visitar la provincia de Ciudad Real….

– Porque conocerás San Carlos del Valle y podrás admirar la Iglesia del Cristo del Valle y su Plaza Mayor, declaradas Bien de interés cultural.

– Porque podrás visitar el impresionante Palacio del Marqués de Santa Cruz (Viso del Marqués), sede del Archivo General de la Marina y Monumento Nacional desde 1931.

– Porque descubrirás la preciosa localidad de Villanueva de los Infantes, donde murió el escritor Francisco de Quevedo.

– Porque contemplarás los majestuosos molinos de viento de Campo de Criptana, localidad natal de Sara Montiel.

– Porque te transportarás a la edad de Bronce en el único y singular yacimiento de Motilla del Azuer (Daimiel), Patrimonio histórico de España y Bien de interés cultural desde 2013.

– Porque podrás percibir en cada rincón la esencia de Don Quijote de la Mancha, la obra universal del maestro Miguel de Cervantes.

– Porque degustarás una rica gastronomía con exquisiteces como la perdiz roja, las berenjenas de Almagro, las tortas de Alcazar o el Pan de Cruz.

– Porque te encontrarás en la bodega de España, la provincia con más marcas de vino protegidas y de mayor producción vinícola, con reconocidos vinos y denominaciones de Origen.

– Y, sobre todo, porque podrás conocer a su maravillosa gente, que te acogerán con los brazos abiertos.

Descubre Ciudad Real, la gran joya del interior de la Península.  Descubre Granátula de Calatrava, Mi Pueblo, y la Antigua Oretum Germanorum, una joya de la que se ha excavado menos del 2%. Ayúdanos a descubrir el circo Romano, la catedral….

Y faltan más cosas: los castillos de la Orden de Calatrava.  Desde las excavaciones de La Encantada en Granatula se divisa el paso hacia Sierra Madrona, y podemos divisar el Castillo de Calatrava La Nueva, en el cerro El Alacranejo. En un rato en coche se llega yendo hacia calzada de Calatrava, dirección Puertollano, enclavado en el término de Aldea del Rey.

y aún queda más, La plaza de toros de Piedrabuena. La única plaza que está construida dentro de un castillo. Llamado de “Mortara”

Para reflexionar, lee este artículo de Pérez Reverte

solidarios voluntarios«Hace treinta y dos años desaparecí en la frontera entre Sudán y Etiopía. En realidad fueron mi redactor jefe, Paco Cercadillo, y mis compañeros del diario ‘Pueblo’ los que me dieron como tal; pues yo sabía perfectamente dónde estaba: con la guerrilla eritrea. Alguien contó que había habido un combate sangriento en Tessenei y que me habían picado el billete. Así que encargaron a Vicente Talón, entonces corresponsal en El Cairo, que fuese a buscar mi fiambre y a escribir la necrológica. No hizo falta, porque aparecí en Jartum, hecho cisco pero con seis rollos fotográficos en la mochila; y el redactor jefe, tras darme la bronca, publicó una de esas fotos en primera: dos guerrilleros posando como cazadores, un pie sobre la cabeza del etíope al que acababan de cargarse. Lo interesante de aquello no es el episodio, sino cómo transcurrió mi búsqueda. La naturalidad profesional con que mis compañeros encararon el asunto.

Conservo los télex cruzados entre Madrid y El Cairo, y en todos se asume mi desaparición como algo normal: un percance propio del oficio de reportero y del lugar peligroso donde me tocaba currar. En las tres semanas que fui presunto cadáver, nadie se echó las manos a la cabeza, ni fue a dar la brasa al Ministerio de Asuntos Exteriores, ni salió en la tele reclamando la intervención del Gobierno, ni pidió que fuera la Legión a rescatar mis cachos. Ni compañeros, ni parientes. Ni siquiera se publicó la noticia. Mi situación, la que fuese, era propia del oficio y de la vida. Asunto de mi periódico y mío. Nadie me había obligado a ir allí.

Mucho ha cambiado el paisaje. Ahora, cuando a un reportero, turista o voluntario de algo se le hunde la canoa, lo secuestran, le arreglan los papeles o se lo zampan los cocodrilos, enseguida salen la familia, los amigos y los colegas en el telediario, asegurando que Fulano o Mengana no iban a eso y pidiendo que intervengan las autoridades de aquí y de allá –de sirios y troyanos, oí decir el otro día–. Eso tiene su puntito, la verdad. Nadie viaja a sitios raros para que lo hagan filetes o lo pongan cara a la Meca, pero allí es más fácil que salga tu número. Ahora y siempre. Si vas, sabes a dónde vas. Salvo que seas idiota. Pero en los últimos tiempos se olvida esa regla básica. Hemos adquirido un hábito peligroso: creer que el mundo es lo que dicen los folletos de viajes; que uno puede moverse seguro por él, que tiene derecho a ello, y que Gobiernos e instituciones deben garantizárselo, o resolver la peripecia cuando el coronel Tapioca se rompe los cuernos. Que suele ocurrir.

Esa irreal percepción del viaje, las emociones y la aventura, alcanza extremos ridículos. Si un turista se ahoga en el golfo de Tonkín porque el junco que alquiló por cinco dólares tenía carcoma, a la familia le falta tiempo para pedir responsabilidades a las autoridades de allí –imagínense cómo se agobian éstas– y exigir, de paso, que el Gobierno español mande una fragata de la Armada a rescatar el cadáver. Todo eso, claro, mientras en el mismo sitio se hunde, cada quince días, un ferry con mil quinientos chinos a bordo. Que busquen a mi Paco en la Amazonia, dicen los deudos. O que nos indemnicen los watusi. Lo mismo pasa con voluntarios, cooperantes y turistas solidarios o sin solidarizar, que a menudo circulan alegremente, pisando todos los charcos, por lugares donde la gente se frota los derechos humanos en la punta del cimbel y una vida vale menos que un paquete de Marlboro. Donde llamas presunto asesino a alguien y tapas la cara de un menor en una foto, y la gente que mata adúlteras a pedradas o frecuenta a prostitutas de doce años se rula de risa. Donde quien maneja el machete no es el indígena simpático que sale en el National Geographic, ni el pobrecillo de la patera, ni te reciben con bonitas danzas tribales. Donde lo que hay es hambre, fusiles AK-47 oxidados pero que disparan, y televisión por satélite que cría una enorme mala leche al mostrar el escaparate inalcanzable del estúpido Occidente. Atizando el rencor, justificadísimo, de quienes antes eran más ingenuos y ahora tienen la certeza desesperada de saberse lejos de todo esto.

Y claro. Cuando el pavo de la cámara de vídeo y la sonrisa bobalicona se deja caer por allí, a veces lo destripan, lo secuestran o le rompen el ojete. Lo normal de toda la vida, pero ahora con teléfono móvil e Internet. Y aquí la gente, indignada, dice qué falta de consideración y qué salvajes. Encima que mi Vanessa iba a ayudar, a conocer su cultura y a dejar divisas. Y sin comprender nada, invocando allí nuestro código occidental de absurdos derechos a la propiedad privada, la libertad y la vida, exigimos responsabilidades a Bin Laden y gestiones diplomáticas a Moratinos. Olvidando que el mundo es un lugar peligroso, lleno de hijos de puta casuales o deliberados. Donde, además, las guerras matan, los aviones se caen, los barcos se hunden, los volcanes revientan, los leones comen carne, y cada Titanic, por barato e insumergible que lo venda la agencia de viajes, tiene su iceberg particular esperando en la proa.»

Arturo Pérez Reverte