El camino del Caballero Andante

molinos_consuegraEternos molinos de viento: cuatrocientos años después, los «gigantes» que enfrentó Don Quijote siguen de pie en Consuegra. La Mancha esa región que los árabes denominaron por ser «seca», y por cuyos caminos discurrió la historia inventada por Cervantes, pero dejando tras de si muchos de los sitios que conocía como alguacil de abastos que fue y que transitaba en su camino hacia Andalucía. Fue Cervantes dejando pistas tras de si en su novela, identificando topónimos, adaptando o incluso utilizando los mismos nombres de personas, parajes y lugares… todo ello sin saber si pretendía que se identificasen los lugares por los que anduvo como errante caballero, o quizás para despistar sobre si la ruta real existió.

El Toboso, Castilla-La Mancha.- Lo que sigue es una historia real. En un lugar de La Mancha, a fines del siglo XVI, un hidalgo venido a menos se disfrazaba con una armadura de otros tiempos y alanceaba a sus enemigos desde un caballo. Se llamaba Francisco de Acuña y vivía en una calle ancha que ya no existe en Miguel Esteban, un pueblo de viñateros a seis kilómetros de El Toboso. Las tropelías de este caballero fuera de época quedaron registradas en un proceso judicial que se le abrió en 1581 por el intento de asesinato de Pedro de Villaseñor, familiar lejano con quien se disputaba una herencia.

Rescatadas de los archivos por dos investigadores castellanos, esos cientos de fojas ajadas por los siglos reavivan la eterna ilusión de encontrar al verdadero Don Quijote, la fuente de inspiración de Miguel de Cervantes para crear a su personaje.

A 400 años de la publicación de la segunda parte de esa obra cumbre de la literatura universal, La Mancha vibra otra vez con la pasión por descubrir las huellas del Caballero de la Triste Figura y los escenarios de sus aventuras, siguiendo las pistas incompletas, deliberadamente ambiguas, que dejó Cervantes.

Se cumplieron 400 años de la publicación de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha
«La historia del Quijote tiene bases reales. Es evidente que Cervantes estuvo aquí, atesoró relatos, nombres, leyendas que luego le sirvieron de materia prima para construir su obra», sostiene Francisco Javier Escudero, historiador, que, junto con la arqueóloga Isabel Sánchez, sacó a la luz, recientemente, el caso del hidalgo Acuña y su enemigo Villaseñor.

Cervantes pudo conocer el relato de boca de los Villaseñor, a quienes al parecer trató a finales del siglo XVI. Dejó constancia de su amistad con una familia de ese apellido en su libro póstumo, Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

Escudero acaba de hallar otro tesoro en un registro comercial de El Toboso: una permuta de tierras fechada el 17 de junio de 1584 a nombre de un tal Alonso Quijano. «Es la primera vez que aparece en la zona ese nombre, el mismo que Cervantes le dio a su personaje.» Entre los testigos citados en el expediente figura el mismísimo Francisco de Acuña.

El investigador habla dentro de la oficina del párroco del pueblo, delante de un libro con tapas de cuero lleno de anotaciones en una tinta amarronada por el tiempo. Entre los bautismos de 1585 figura el hijo de un Miguel Berengel. «Es un apellido rarísimo en la zona», dice Escudero. Cree ver en este personaje desconocido una posible inspiración de Cide Hamete Benengeli, el ficticio historiador arábigo al que Cervantes atribuye en el capítulo X la autoría de la historia del Quijote.

¿ENSOÑACIONES O REALIDAD?

En El Toboso, cuesta resistirse al ambiente novelesco. «Con la Iglesia hemos dado, Sancho», se lee en letras gigantes sobre una callejuela que lleva hacia el templo de San Antonio Abad. Pueden adivinarse los pasos del caballero andante cuando decide aventurarse en el pueblo para encontrar a Dulcinea, la labradora vulgar que su imaginación convierte en una «joven y virtuosa emperatriz».

La «gran torre» que vieron desde lejos sigue ahí, con su piedra ocre irregular adornada por las cruces de la Orden de Santiago. En la plaza de adelante, resalta un Quijote forjado en hierro, arrodillado frente a la imagen de una campesina de pie.

El Toboso -uno de los pocos pueblos que Cervantes coloca de manera explícita en la ruta del Quijote y Sancho Panza- no escapa a la obsesión manchega por descubrir las figuras reales detrás de los personajes.

El Toboso -uno de los pocos pueblos que Cervantes coloca de manera explícita en la ruta del Quijote y Sancho Panza- no escapa a la obsesión manchega por descubrir las figuras reales detrás de los personajes. A dos cuadras de la plaza principal se levanta el Museo de Dulcinea, un típico caserón señorial castellano que perteneció en el siglo XVI a don Esteban Zarco. Cuenta la leyenda local que el propietario tenía una hermana, Ana, a la que Cervantes conoció en una de sus travesías por la comarca y de la que se enamoró perdidamente. Ana Zarco era «la Dulce Ana». Dulcinea.

«No hay documentos que prueben la presencia de Cervantes, pero estamos seguros de que estuvo aquí», dice a LA NACION Marciano Ortega Molina, el alcalde toboseño, mientras recorre la casa. Comenta que el emplazamiento encaja con la descripción que figura en el capítulo IX de la segunda parte. En el museo se reproduce la estancia de una mujer de la nobleza de la época. Pero ¿Dulcinea no era, en realidad, Aldonza Lorenzo, una labradora pobre que tenía «la mejor mano para salar puercos» de toda La Mancha? «Aquí mostramos la visión de Don Quijote, que veía en ella a una princesa. Es la que queremos ver nosotros?», sonríe el alcalde.

Don Quijote y Sancho tuvieron que entrar a El Toboso por el viejo camino que unía Toledo con Murcia y atravesaba el pueblo. Una huella pedregosa recuerda esa vía esencial para el comercio en los siglos XVI y XVII.

Allí transcurrió en 1585, en un caluroso día de julio, la dramática persecución de Francisco de Acuña a su enemigo Pedro Villaseñor. Lo corrió en su caballo desde Miguel Esteban, ataviado a la vieja usanza, con lanza, broquel, casco de hierro y armadura de malla. Los testigos del juicio lo describen como «disfrazado», en referencia a la parafernalia medieval pasada de moda. Villaseñor salvó la vida de milagro, según consta en el proceso, que recoge escándalos de faldas y misteriosas hechicerías.

Siguiendo el camino hacia el sudeste, en dirección a Mota del Cuervo, se llega a un descampado en el que se adivinan los cimientos de una construcción. Los restos de un pozo de cemento están cubiertos por un pallet de madera y rodeado por unos ladrillos huecos partidos. «Éste es el lugar donde Don Quijote veló las armas», presenta Escudero.

Don Quijote y Sancho tuvieron que entrar a El Toboso por el viejo camino que unía Toledo con Murcia y atravesaba el pueblo. Una huella pedregosa recuerda esa vía esencial para el comercio en los siglos XVI y XVII.

Según sus investigaciones, allí se levantaba hasta hace dos siglos la venta donde, en el inicio de la novela, Alonso Quijano se hizo armar caballero. «Era un caserón esplendoroso en medio del campo, que bien podía confundirse con un castillo como le pasa al personaje -explica-. No había otra venta en esta parte del camino de Toledo a Murcia, donde Cervantes sitúa la primera salida de Don Quijote. Conocía muy bien estos caminos y era un genio para encontrar las locaciones de sus historias.»

Definir un lugar real de esa aventura es un punto clave para determinar cuál podría ser la patria de Don Quijote, ese lugar de La Mancha que de cuyo nombre Cervantes no quiso acordarse. Trazando un mapa desde allí con las pistas de tiempos y distancias que da el libro podría ubicarlo en Miguel Esteban, como teoriza Escudero, o en Mota del Cuervo, como proclama el experto de esa localidad José Manuel González Mujeriego.

La idea no convence a todos. Existen investigaciones de lo más variadas y hay pueblos que se reivindican como el «lugar» de Don Quijote en casi todo el territorio de La Mancha. El aniversario de la segunda parte de la novela reavivó la disputa que el propio Cervantes predijo con su ironía de avanzada en las páginas finales. Cuando dejó sentado que no ponía el nombre «por dejar que todas las villas y lugares de La Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero».

EL PUEBLO MÁS MILITANTE

A sólo 30 kilómetros de Madrid, Esquivias es una de las poblaciones más militantes en esa batalla. Tienen un argumento de peso: Cervantes se casó allí con Catalina de Salazar y Palacios en 1584 y se radicó durante por lo menos tres años, cuando todavía intentaba sin demasiado éxito hacerse un nombre como dramaturgo.

Después, realidad y ficción vuelven a entrecruzarse. La casa donde vivió la pareja está convertida en museo. La Sociedad Cervantina de Esquivias explica que el dueño era el tío de Catalina. Un hidalgo de nombre? Alonso Quijada, otro de los apellidos que se le atribuyen al héroe de La Mancha. Dicen los esquivianos que al viejo Quijada, que se hizo fraile y murió antes de que el escritor llegara a conocerlo, era un aficionado a las novelas de caballería.

Definir un lugar real de esa aventura es un punto clave para determinar cuál podría ser la patria de Don Quijote, ese lugar de La Mancha que de cuyo nombre Cervantes no quiso acordarse.
En las vitrinas desplegadas en el cuarto de acceso a la casa, se exhiben partidas de nacimiento rescatadas de los archivos parroquiales de lugareños contemporáneos a Cervantes con nombres que evocan a varios de los 708 personajes que pueblan la novela. Entre ellos, el cura Pero Pérez, Sansón Carrasco y hasta una Aldonza Lorenzo.

El cervantista Sabino de Diego anunció semanas atrás el hallazgo de una partida de nacimiento de 1569 en Esquivias de un tal Sancho Gaona y cree que se trata del modelo para crear al compañero de ruta de Don Quijote. Descubrió que el padrino de bautismo era un tío de la esposa de Cervantes y además encontró vínculos familiares entre los Gaona y un tal Bernardino Ricote, el apellido del morisco amigo de Sancho Panza en la novela.

Cervantes notó que el lugar de Don Quijote era «cercano» al pueblo de Dulcinea. Esquivias tiene un obstáculo para su postulación: queda 114 kilómetros al norte de El Toboso, una distancia muy considerable medida con la vara del 1600.

Y VILLANUEVA DE LOS INFANTES

En el otro extremo de la planicie manchega, más de 200 kilómetros al Sur, Villanueva de los Infantes reclama para sí los honores. Un estudio conducido por el catedrático Francisco Parra Luna estableció «científicamente» que las aventuras de Don Quijote partieron desde allí. La relación de distancias está grabada en una placa de piedra sobre la fachada de uno de los palacios cercanos a la Plaza Mayor. Infantes es la capital del Campo de Montiel, un nudo de caminos por donde Cervantes pone a caminar a su personaje en la primera parte de la novela. Cada pueblito de ese rincón de España, por minúsculo que sea, tiene en la entrada una escultura del desgarbado caballero con su Rocinante, y un cartel que da la bienvenida al «Lugar de La Mancha».

ARGAMASILLA DE ALBA

Subiendo otra vez entre viñedos, olivares y castillos en ruinas, aparece a 60 kilómetros Argamasilla de Alba. Otra autoproclamada cuna del Quijote. La tradición local -sin sustento documental- asegura que Cervantes fue detenido allí en una cueva rústica cuando volvía a Madrid de una misión como recaudador de impuestos de la Corona. Y que en los días de encierro empezó a escribir su obra.

Cervantes notó que el lugar de Don Quijote era «cercano» al pueblo de Dulcinea. Esquivias tiene un obstáculo para su postulación: queda 114 kilómetros al norte de El Toboso, una distancia muy considerable medida con la vara del 1600.

En las paredes del edificio que alberga la cueva, se exhibe una semblanza del lugar escrita por Rubén Darío. Se recuerda la relevancia que le dio Azorín en sus crónicas reunidas en La ruta de Don Quijote. El nombre de Argamasilla resuena en los versos irónicos con los que Cervantes pone fin a la primera parte de la novela. Pero ¿estuvo allí el Manco de Lepanto o es otra de sus falsas pistas?

La fusión entre datos y mitología se potencia en estos días de celebraciones. Así como en Madrid un grupo de investigadores cree haber encontrado los restos del autor enterrados hace 399 años, en la ciudad manchega de Alcázar de San Juan se empezó a exhibir en un museo la partida de nacimiento de un tal Miguel de Cervantes Saavedra. Pretenden disputarle a Alcalá de Henares la cuna del genio de las letras hispanas. Eso sí, este Cervantes nació en 1558 y habría contado con apenas 13 años en la batalla de Lepanto.

OTRO LUGAR DE MOLINOS, CAMPO DE CRIPTANA

Lo que seguro puede afirmarse es que por Alcázar tuvieron que pasar Don Quijote y Sancho Panza en sus primeras aventuras. En el cercano Campo de Criptana, al Este, se alzan todavía los molinos de viento que el caballero andante confundió con gigantes a los que dar batalla. No había en la época otra colina en la que se alzaran «treinta o poco más» de esos artefactos. Sobreviven nueve: base blanca, capuchón negro, eternamente imponentes. Al Oeste, se distingue desde lo alto Puerto Lápice, otro de los pocos parajes mencionados en el libro con todas las letras.

Los modelos vivos de Cervantes dejaron sus huellas por ese enjambre de caminos. Para Darío Villanueva, presidente de la Real Academia Española (RAE), la obsesión por encontrar las historias que inspiraron el Quijote tiene apenas valor anecdótico: «No cabe ninguna duda de que Cervantes supo de muchas historias locales manchegas. Está documentado que algunas de las trifulcas entre hidalgos se producían con una ambientación carnavalesca, con contendientes disfrazados de caballeros armados a la usanza medieval. Pero lo realmente trascendente es la creación genial de un personaje en el que se contrapone realidad y ficción para fundirlas en la mente de una persona».

Y EN GRANATULA

El geógrafo de su majestad D. Tomás López en el encargo del mala de la primera parte del Quijote hace pasar por la vereda granatuleña a los Galeotes en la famosa batalla  y así quizás por el «Puntal de Rosa» o quien sabe si por el propio «Añavete» discurre el episodio en el que el Ingenioso caballero da libertad a aquellas almas que van a galeras. Y desde Granátula huye después huyendo de las posibles represalias de la Santa Inquisición por sus veredas camino de Sierra Morena en Andalucía para hacer su particular penitencia.

Y ES QUE EL QUIJOTE…

Todo esto surge solo como un refrito entre otros de artículos de la Nación y como muestra del cariño y admiración a aquel nombre que fue capaz de poner en boca de una persona, a veces loca a veces cuerda, de los ideales que defender y de a la vez criticar soterradamente a una sociedad española que en aquella época no sabía si era caballero andante o gordiflón venido a menos en busca de una ínsula obedeciendo a su amo.

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